Música para meditar

lunes, 31 de marzo de 2014

Lunes IV Semana de Cuaresma

Lecturas Isaías 65, 17-21 Salmo 29 Juan 4, 43-54
1) Lectura
Segundo signo: el hijo del funcionario del rey
Introducción
Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta.
Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaúm.
Nudo
Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo:
“Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen”
El funcionario le respondió:
“Señor, baja antes que mi hijo se muera”.
Le respondió Jesús:
“Vuelve a tu casa, tu hijo vive”
El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino.
Desenlace
Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y la anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. Le respondieron:
“Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre”
El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho:
“Tu hijo vive”
Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
2) Reconocer– Reconocer-se
Cuando supe que Jesús había llegado… fui a verlo y le suplique que bajara a curar a... Jesús me dijo:
“Si no ves signos y prodigios, no crees”
Le respondí:
“Señor, baja…”.
Él me respondió:
“Vuelve a tu casa… vive”
Creí en la palabra que Jesús me había dicho y me puse en camino.
3) Masticar - Alimentarse
" El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino"
4)Interrogarse - Traspasar
¿“Creo en la Palabra de Jesús”?
¿“Me pongo en camino” después de haberla escuchado?
Comentario
No vagabundear por la vida

El Papa hizo una distinción acerca de tres tipos de creyentes
·         Tienen en común… de saber que la vida cristiana es un itinerario
·         Pero se diferencian en el modo de recorrerlo

La esencia de la vida cristiana es “caminar hacia las promesas”.

1.       Hay cristianos que se fían de las promesas de Dios y las siguen
El modelo de quien cree y sigue lo que la fe le indica es el funcionario del rey descrito en el Evangelio, que pide a Jesús la curación de un hijo enfermo y no duda un instante en ponerse en camino hacia casa cuando el Maestro le asegura que la ha obtenido.

2.       Hay otros cuya vida de fe se estanca
Están los cristianos que tienen “la tentación de detenerse”: ¡Tantos cristianos detenidos! Tenemos tantos detrás que tienen una esperanza débil. Sí creen que existe el Cielo y que todo irá bien. Está bien que lo crean, ¡pero no lo buscan! Cumplen los mandamientos, los preceptos: todo, todo… Pero están detenidos. El Señor no puede hacer de ellos levadura en su pueblo, porque no caminan. Y esto es un problema: los detenidos.
Entre ellos, y nosotros, hay quienes se equivocan de camino: todos nosotros algunas veces nos hemos equivocado de camino, esto lo sabemos. El problema no es equivocarse de camino; el problema es no regresar cuando uno se da cuenta de haberse equivocado”.

3.       Hay otros… que hacen “turismo existencial”
El grupo “más peligroso”, en el que están aquellos que “se engañan a sí mismos: los que caminan pero no hacen camino”: “Son los cristianos errantes: giran, giran como si la vida fuera un turismo existencial, sin meta, sin tomar las promesas en serio. Aquellos que giran y se engañan, porque dicen: ‘¡Yo camino!’. No, tú no caminas: tú giras. Los errantes…

El Señor nos pide que no nos detengamos, que no nos equivoquemos de camino y que no giremos por la vida. Girar por la vida... Nos pide que miremos las promesas, que vayamos adelante.
“Nuestra condición de pecadores hace que nos equivoquemos de camino”, reconoció el Papa Francisco, si bien aseguró que: “El Señor nos da siempre la gracia de volver”: “La Cuaresma es un tiempo hermoso para pensar si estoy en camino o si estoy demasiado quieto: conviértete. O si me he equivocado de camino: pero ve a confesarte y retoma el camino. O si soy un turista teologal, uno de estos que hacen el giro de la vida pero jamás dan un paso hacia adelante. Y pido al Señor la gracia de retomar el camino, de ponerme en camino, pero hacia las promesas”.

Papa Francisco , 31/03/2014, Homilía  en la casa Santa Marta

Referencia


domingo, 30 de marzo de 2014

IV Domingo de Cuaresma

Lecturas 1Samuel 16, 1b. 5b-7. 10-13a Salmo 22 Efesios 5, 8-14
Juan 9, 1-41

Sexto signo: el ciego de nacimiento
Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Sus discípulos le preguntaron:
“Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”
Respondió Jesús:
“Ni él ni sus padres han pecado; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole:
“Ve a lavarte a la piscina de Siloé”, que significa "Enviado".
El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban:
“¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?”
Unos opinaban:
“Es el mismo”
Otros respondían:
“No es uno que se le parece”
Él decía:
“Soy realmente yo”
Ellos le dijeron:
“¿Cómo se te han abierto los ojos?”
El respondió:
“Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: ‘Ve a lavarte a Siloé’.
Yo fui, me lavé y vi”.
Ellos le preguntaron:
“¿Dónde está?”
El respondió:
“No lo sé”
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió:
“Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”
Algunos fariseos decían:
“Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”.
Otros replicaban:
“¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”
Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego:
“Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?”.
El hombre respondió:
“Es un profeta”
Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
“¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”
Sus padres respondieron:
“Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta”
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron:
“Tiene bastante edad, pregúntenle a él”
Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
“Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”
El ciego respondió:
“Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo”
Ellos le preguntaron:
“¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?”
Él les respondió:
“Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”
Ellos lo injuriaron y le dijeron:
“¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este”.
El hombre les respondió:
“Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero si al que lo honra y cumple su voluntad.  Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada”.
Ellos le respondieron:
“Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”.
Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó:
“¿Crees en el Hijo del hombre?”
El respondió:
“¿Quién es, Señor, para que crea en él?”
Jesús le dijo:
“Tú lo has visto: es el que te está hablando”
Entonces él exclamó:
“Creo, Señor”
…y se postró ante él.
Después Jesús agregó:
“He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven”.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron:
“¿Acaso también nosotros somos ciegos?”.
Jesús les respondió:
“Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece”.
1 Comentario
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de hoy nos presenta el episodio del hombre ciego de nacimiento, a quien Jesús dona la vista. El largo relato ¡es largo!; inicia con un ciego que comienza a ver y concluye con los presuntos videntes que continúan permaneciendo ciegos en el alma. El milagro es narrado por Juan en apenas dos versículos, porque el evangelista quiere atraer la atención no sobre el milagro en sí, sino sobre aquello que ocurre después, sobre las discusiones que origina. También sobre las habladurías, ¿no? Tantas veces una buena acción, una obra de caridad origina habladurías, discusiones porque hay algunos que no quieren ver la verdad. El evangelista Juan quiere atraer la atención sobre esto que también ocurre en nuestros días, cuando se cumple una acción buena. El ciego curado es en primer lugar interrogado por la multitud sorprendida- han visto el milagro y lo interrogan; luego por los doctores de la ley; y éstos interrogan también a sus padres. Al final el ciego curado llega a la fe, y ésta es la gracia más grande que le viene dada por Jesús: no sólo poder ver, sino conocer a Él, ver a Él, como «la luz del mundo» (Jn 9,5).
Mientras el ciego se acerca gradualmente a la luz, los doctores de la ley al contrario se hunden cada vez más en su ceguera interior. Encerrados en su presunción, creen tener ya la luz; por esto no se abren a la verdad de Jesús. Ellos hacen todo lo posible por negar la evidencia. Ponen en duda la identidad del hombre curado; después niegan la acción de Dios en la curación, tomando como pretexto que Dios no obra el sábado; llegan incluso a dudar que aquel hombre hubiese nacido ciego. Su cerrazón a la luz se vuelve agresiva y desemboca en la expulsión del hombre curado del templo. Expulsado del templo.
El camino del ciego en cambio es un camino por etapas, que parte del conocimiento del nombre de Jesús. No conoce a otro que a Él; de hecho dice: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos” (v. 11). Como consecuencia de las insistentes preguntas de los doctores, primero lo considera un profeta (v. 17) y después un hombre cercano a Dios (v. 31). Luego que ha sido alejado del templo, excluido de la sociedad, Jesús lo vuelve a encontrar y le “abre los ojos” por segunda vez, revelándole la propia identidad: “Yo soy el Mesías”, le dice. A este punto aquel que había sido ciego exclama: “¡Creo, Señor!” (v. 38), y se inclina ante Jesús. Este es un relato del Evangelio que hace ver el drama de la ceguera interior de tanta gente: también nuestra gente ¿eh?, porque nosotros tenemos, algunas veces, momentos de ceguera interior.
Nuestra vida, a veces, es parecida a aquella del ciego que se ha abierto a la luz, que se ha abierto a Dios y a la gracia. A veces, lamentablemente, es un poco como aquella de los doctores de la ley: desde lo alto de nuestro orgullo juzgamos a los demás, y ¡hasta al Señor! Hoy estamos invitados a abrirnos a la luz de Cristo para llevar fruto a nuestra vida, para eliminar los comportamientos que no son cristianos: todos somos cristianos, pero todos nosotros, todos ¿eh?, tenemos algunas veces comportamientos no cristianos; comportamientos que son pecados ¿no? Y debemos arrepentirnos de esto y eliminar este comportamiento para caminar decididamente sobre el camino de la santidad, que tiene su inicio en el Bautismo, y en el Bautismo hemos sido iluminados, para que, como nos recuerda san Pablo, podamos comportarnos como “hijos de la luz” (Ef 5,8), con humildad, paciencia, misericordia. Estos doctores de la ley no tenían ni humildad ni paciencia ni misericordia. Hoy les sugiero, cuando regresen a casa, que tomen el Evangelio de Juan y lean aquel pasaje del capítulo 9: y esto les hará bien, porque así verán este camino de la ceguera a la luz y aquel otro camino malo hacia una ceguera más profunda. Y preguntémonos: ¿cómo es nuestro corazón? ¿cómo es mi corazón?, ¿cómo es tu corazón? ¿Cómo es nuestro corazón? ¿Tengo un corazón abierto o cerrado hacia el prójimo? Tenemos siempre en nosotros alguna cerrazón nacida del pecado, nacida de los errores: no tengamos miedo, ¡no tengamos miedo! Abrámonos a la luz del Señor: Él nos espera siempre. Él nos espera siempre. Para hacernos ver mejor. Para darnos más luz, para perdonarnos. No se olviden de esto: Él nos espera siempre.
Confiemos a la Virgen María el camino cuaresmal, para que también nosotros, como el ciego curado, podamos con la gracia de Cristo “venir a la luz”, ir más adelante en la luz y renacer a la vida nueva.
Autor: Papa Francisco , 30/03/2014, Angelus
Referencia
2 Comentario
Para excluídos
Es ciego de nacimiento. Ni él ni sus padres tienen culpa alguna, pero su destino quedará marcado para siempre. La gente lo mira como un pecador castigado por Dios. Los discípulos de Jesús le preguntan si el pecado es del ciego o de sus padres. Jesús lo mira de manera diferente. Desde que lo ha visto, solo piensa en rescatarlo de aquella vida desgraciada de mendigo, despreciado por todos como pecador. Él se siente llamado por Dios a defender, acoger y curar precisamente a los que viven excluidos y humillados.
Después de una curación trabajosa en la que también él ha tenido que colaborar con Jesús, el ciego descubre por vez primera la luz. El encuentro con Jesús ha cambiado su vida. Por fin podrá disfrutar de una vida digna, sin temor a avergonzarse ante nadie.
Se equivoca. Los dirigentes religiosos se sienten obligados a controlar la pureza de la religión. Ellos saben quién no es pecador y quién está en pecado. Ellos decidirán si puede ser aceptado en la comunidad religiosa.
El mendigo curado confiesa abiertamente que ha sido Jesús quien se le ha acercado y lo ha curado, pero los fariseos lo rechazan irritados: “Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. El hombre insiste en defender a Jesús: es un profeta, viene de Dios. Los fariseos no lo pueden aguantar: “Empecatado naciste de pies a cabeza y, ¿tú nos vas a dar lecciones a nosotros?”.
El evangelista dice que, “cuando Jesús oyó que lo habían expulsado, fue a encontrarse con él”. El diálogo es breve. Cuando Jesús le pregunta si cree en el Mesías, el expulsado dice: “Y, ¿quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le responde conmovido: No esta lejos de ti. “Lo estás viendo; el que te está hablando, ese es”. El mendigo le dice: “Creo, Señor”.
Así es Jesús. Él viene siempre al encuentro de aquellos que no son acogidos oficialmente por la religión. No abandona a quienes lo buscan y lo aman aunque sean excluidos de las comunidades e instituciones religiosas. Los que no tienen sitio en nuestras iglesias tienen un lugar privilegiado en su corazón.
¿Quién llevará hoy este mensaje de Jesús hasta esos colectivos que, en cualquier momento, escuchan condenas públicas injustas de dirigentes religiosos ciegos; que se acercan a las celebraciones cristianas con temor a ser reconocidos; que no pueden comulgar con paz en nuestras eucaristías; que se ven obligados a vivir su fe en Jesús en el silencio de su corazón, casi de manera secreta y clandestina? Amigos y amigas desconocidos, no lo olvidéis: cuando los cristianos los rechazamos, Jesús los está acogiendo.
Autor: José Antonio Pagola
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3 Comentario
Si bien hemos dicho que este prodigio, el hacer que un hombre ciego vea, es un hecho importante, debemos ser conscientes de que no es relevante porque sólo Dios puede hacer estas cosas. Juan, el evangelista que redacta este pasaje, se detiene muy poco en cómo fue que recobró la vista, más bien se centra en lo que pasa con esta persona después. No es el hecho milagroso, sino sus consecuencias las que nos tienen que importar.
Por otro lado, vemos que los de la sinagoga no hacen más que inquirir al nuevo vidente y a sus padres, con tal de sacar la verdad que ellos querían escuchar: Deseaban que finalmente Jesús fuera acusado de pecador, como pensaban ellos, entendidos de la ley de Dios. Pero poco les importó que este hombre obtuviera un bien muy preciado, como es la capacidad de poder ver. Parece que no les sorprende, en absoluto, que el ciego se haya curado. Más les importa el cumplimiento de la ley escrita, que prohibía curar en sábado y también el hacer barro. Esto último por tener relación con lo que dice el Génesis, ya que, para los fariseos, hacer barro en el día de descanso era prolongar el trabajo de Dios del día sexto: De la tierra creó a los animales y al hombre.
Aquí tenemos dos maneras de ver la realidad. Uno la encuentra única y llena de novedades, los otros la ven oscura y confusa. El que ya no es más ciego sabe que su vida ha cambiado para siempre y que, de ahí en más, es otra persona. En cambio los de la sinagoga se ven frustrados. Entienden que esta realidad los supera, entonces prefieren aferrarse a la ley, condenar a Jesús y expulsar al ciego de nacimiento. ¿Por qué no se alegran de lo que sucedió?
Es que si pensamos en el ciego, antes de que Jesús pusiera barro en sus ojos, aquél vivía en un mundo oscuro, limitado, dependiente, lleno frustración, a la puerta del templo. Pero cuando es curado, su vida se vuelve luz, él obtiene una libertad y una autonomía completas. No está más marginado a la puerta de la sinagoga. Puede ir y venir cuando quiera. Y aún más: Puede ver y reconocer a Dios, a Jesús, al salvador, con sus propios ojos, lo cual hace que él se postre ante quien lo curó. Acepta, en el corazón, que Jesús es el Señor.
En cambio los otros, que no hacen más que rechazar la actuación de Dios, se quedan encerrados en sí mismos y con sus leyes, las cuales le dan seguridad. Prefieren su religión, la que pueden controlar, y se quedan en la oscuridad. No reconocen al Hijo de Dios, sino que además lo acusan de pecador. Eso es, como hicieron con el ex ciego, expulsar a Cristo del templo. Si es un pecador es un impuro y no puede acercarse al lugar, supuestamente santo. Es que han hecho de la religión su Dios y han dejado de lado al verdadero Señor. Eso los deja muertos, en la oscuridad, sin luz, con la vela apagada.
Y aquí entramos en juego nosotros también, tal vez en las dos vertientes. Una porque podemos estar ciegos, aunque permanezcamos en el templo, o a la puerta del mismo. Convencidos de que no estamos tan lejos de Dios, pero sin embargo sin poder ver y reconocer quién es el verdadero Señor. Yéndonos con el primero que nos agarre del brazo, ya que, al no poder ver, nos llevan donde quieren, incluso donde no está Dios. Eso es vivir en la oscuridad, aún a plena luz del día.
Por otro lado, hay que tener cuidado de no caer en lo de los fariseos. Pensar que ya lo sabemos todo de Dios, porque dominamos los preceptos y mandatos de la Iglesia. Saber las normas, lo permitido y lo prohibido, no nos va a dar el cielo por el simple cumplimiento de las mismas. Y mucho menos si sólo medimos a los demás, como buenos o malos hijos de Dios, mirando si están dentro de la regla establecida. Esta normativa eclesial tiene que ayudarnos a crecer en el compromiso y el amor a Dios, pero no son el fin, no podemos hacer de la religión nuestro Dios. Admiro a las personas que después de varios meses sin confesarse, se acercan preocupados, sin otro pecado que el no haber asistido a misa el miércoles de ceniza o comido un poco de carne, por olvido, un viernes de cuaresma. Después, cuando saben que el día de las cenizas no es misa de precepto, se quedan en paz por no haber perdido el cielo. Y los admiro porque en ese mismo período de tiempo, creo que junto muchas más cosas para confesar.
Para ser hombres libres, autónomos, y poder optar por el Señor, hay que dejarse curar por él. Es necesario ponernos delante de Jesús para que nos unja con su barro y luego postrarnos ante él, aceptándolo en el corazón, como único dueño de nuestra vida, sabiendo que a él es a quien tenemos que seguir.
¿Cuáles son las cegueras que tenemos y que necesitan ser curadas? ¿De qué tenemos que ir a purificarnos? ¿Es realmente Dios mi único señor o me voy con el primero, o lo primero, que me ofrece felicidad?
Autor: Fr. Eduardo Rodríguez, osa
Referencia

Ruminatio
1 Lectura
1Sam 16, 1b. 5b-7.10-13a
“Dios no mira como mira el hombre, porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón”
Salmo
22
“…porque tú estás conmigo”
2 Lectura
Efesios 5, 8-14
“Sepan discernir lo que agrada al Señor…”
Evangelio
Mateo 17, 1-9
“¿Acaso también nosotros somos ciegos?”


jueves, 6 de marzo de 2014

Jueves después de Ceniza


Lecturas Deut. 30, 15-20  Sal 1  Lucas 9, 22-25 

1) Esperar
Anuncio dela Pasión
“El hijo del hombre, les dijo:
·         debe sufrir mucho,
·         ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas,
·         ser condenado a muerte
·         y resucitar al tercer día”.

Condiciones del discipulado
Después dijo a todos:
“El que quiera venir detrás de mí,
·         que renuncie a sí mismo,
·         que cargue con su cruz cada día
·         y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá
y el que pierda su vida por mí, la salvará. ]
¿De qué le servirá la hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?

2) Reconocer– Reconocer-se
Condiciones del discipulado
Después me dijo:
“Si quieres venir detrás de mí,
·         renuncia a ti mismo,
·         carga con tu cruz de cada día
·         y me sigues.
Porque si quieres salvar tu vida, la perderás
y si pierdes tu vida por mí, la salvarás.
¿De qué te sirve ganar el mundo entero, si pierdes y arruinas tu vida?

3) Masticar - Alimentarse
“[…] El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo.

4)Interrogarse - Traspasar
¿A qué sigo apegado que me impide seguir libremente a Jesús?
¿A qué me cuesta renunciar para seguirlo?
Comentario
Humildad, docilidad, generosidad: este es el estilo cristiano, un camino que pasa por la cruz, como hizo Jesús, y es un camino que lleva a la alegría.

En el Evangelio propuesto de la liturgia del jueves posterior al Miércoles de Ceniza, Jesús dice a los discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.” Éste es “el estilo cristiano” porque Jesús fue el primero que recorrió “este camino”: No podemos pensar en la vida cristiana fuera de este camino. Existe siempre este camino que Él hizo primero: el camino de la humildad, también el camino de la humillación a sí mismo, para luego resurgir. Este es el camino. El estilo cristiano, sin cruz no es cristiano, y si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana. El estilo cristiano toma la cruz con Jesús y va adelante. No sin cruz, no sin Jesús”.
Jesús “dio el ejemplo” y, “siendo igual a Dios”, “se humilló a sí mismo, se hizo siervo por todos nosotros”: “Y este estilo nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino de humillarse a sí mismo es para dar vida, está en contra del camino del egoísmo, de ser apegado a todos los bienes sólo para mí … Este camino está abierto a los demás, porque aquel camino que ha hecho Jesús, de humillación, aquel camino ha sido hecho para dar vida. El estilo cristiano es precisamente este estilo de humildad, de docilidad, de mansedumbre”.
“Quien quiera salvar la propia vida, la perderá” – repite Jesús – porque “si el grano no muere, no puede dar fruto”. Y “esto, con alegría porque la alegría nos la da Él mismo. Seguir a Jesús es alegría, pero seguir a Jesús con el estilo de Jesús, no con el estilo del mundo”. Seguir el estilo cristiano significa recorrer el camino del Señor, “cada uno como pueda”, “para dar vida a los demás, no para dar vida a sí mismo. Es el espíritu de la generosidad”. Nuestro egoísmo nos empuja a querer parecer importantes ante los demás. En cambio, el libro de la Imitación de Cristo “nos da un consejo bellísimo: ‘Ama no ser conocido y ser juzgado como nada’. Es la humildad cristiana, aquello que Jesús fue el primero en practicar”:
Y esta es nuestra alegría, y esta es nuestra fecundidad: ir con Jesús. Otras alegrías no son fecundas; sólo piensan en ganar el mundo entero, pero al final pierden y arruinan la vida. Al inicio de la Cuaresma pidamos al Señor que nos enseñe un poco este estilo cristiano de servicio, de alegría, de humillación de nosotros mismos y de fecundidad con Él, como Él la quiere”.
Referencia