2° Comentario
Los creyentes tenemos múltiples y muy diversas
imágenes de Dios. Desde niños nos vamos haciendo nuestra propia idea de él,
condicionados, sobre todo, por lo que vamos escuchando a catequistas y
predicadores, lo que se nos transmite en casa y en el colegio o lo que
vivimos en las celebraciones y actos religiosos.
Todas estas imágenes que nos hacemos de Dios son
imperfectas y deficientes, y hemos de purificarlas una y otra vez a lo largo
de la vida. No lo hemos de olvidar nunca. El evangelio de Juan nos recuerda
de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la tradición bíblica: «A Dios no lo ha visto nadie jamás».
Los teólogos hablamos mucho de Dios, casi siempre
demasiado; parece que lo sabemos todo de él: en realidad, ningún teólogo ha
visto a Dios. Lo mismo sucede con los predicadores y dirigentes religiosos;
hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su interior no hay dudas de
ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto a Dios.
Entonces, ¿cómo purificar nuestras imágenes para
no desfigurar de manera grave su misterio santo? El mismo evangelio de Juan
nos recuerda la convicción que sustenta toda la fe cristiana en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado
a conocer». En ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos
muestra su rostro como en Jesús.
Dios nos ha dicho cómo es encarnándose en Jesús. No se ha revelado en doctrinas y fórmulas teológicas
sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento
y su mensaje, en su entrega hasta la muerte y en su resurrección. Para
aproximarnos a Dios hemos de acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro
encuentro.
Siempre que el cristianismo ignora a Jesús o lo
olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios verdadero y de sustituirlo por
imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro y nos impiden colaborar en
su proyecto de construir un mundo nuevo más liberado, justo y fraterno. Por
eso es tan urgente recuperar la humanidad de Jesús.
No basta con confesar a
Jesucristo de manera teórica o doctrinal. Todos necesitamos conocer a Jesús
desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios,
sintonizar con su proyecto, dejarnos animar por su Espíritu, entrar en su
relación con el Padre, seguirlo de cerca día a día. Ésta es la tarea
apasionante de una comunidad que vive hoy purificando su fe. Quien conoce y
sigue a Jesús va disfrutando cada vez más de la bondad insondable de Dios.
El Dios escondido no es un Dios ausente. En el
fondo de la vida, detrás de las cosas, en el interior de los acontecimientos,
en el encuentro con las personas, en los dolores y gozos de la existencia,
está siempre el amor de Dios sustentándolo todo. Nos lo recuerda san Juan de
la Cruz: "el mirar de Dios es amar".
MENSAJE NO COMERCIAL
Las palabras que escuchamos en el evangelio de S.
Juan tienen una resonancia especial para quien está atento a lo que sucede
también hoy entre nosotros. "La Palabra era Dios... En la Palabra había
vida... La Palabra era la luz verdadera... La Palabra vino el mundo... Y los
suyos no la recibieron".
No es fácil escuchar esa Palabra que nos habla de
amor, solidaridad y cercanía al necesitado, cuando vivimos bajo «la tiranía
de la publicidad» que nos incita al disfrute irresponsable, al gasto
superficial y a la satisfacción de todos los caprichos «porque usted se lo
merece».
No es fácil escuchar el mensaje de la Navidad
cuando queda distorsionado y manipulado por tanto «mensaje comercial» que nos
invita a ahogar nuestra vida en la posesión y el bienestar material.
Lo importante es comprar. Comprar el último
modelo de cualquier cosa que haya salido al mercado. Comprar más cosas,
mejores y, sobre todo, más nuevas.
Pocos piensan hacia dónde nos lleva todo esto ni
qué sentido tiene ni a costa de quién podemos consumir así.
Nadie quiere recordar que, mientras nuestros
hijos se despiertan envueltos en mil sofistica dos juguetes, millones de
niños del Tercer Mundo mueren de hambre cada día.
Nadie parece muy preocupado por este consumismo
alocado que nos masifica, nos irresponsabiliza de la necesidad ajena y nos
encierra en un individualismo egoísta.
Lo que importa es oler a la colonia más
anunciada, leer el último «best-seller», regalar el disco número uno del
«hit-parade».
Seguimos fielmente las consignas. Compramos
marcas. Bebemos etiquetas. Satisfacemos «fantasías artificialmente
estimuladas». Con la copa de champagne, nos bebemos la imagen de las jóvenes
que lo beben en el anuncio.
Y poco a poco, nos vamos quedando sin vida
interior. «La gente se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su
automóvil, en su aparato de TV, su equipo de cocina...». Y mientras tanto,
crece la insatisfacción.
El hombre contemporáneo no sabe que, cuando uno
se preocupa sólo de «vivir bien» y «tenerlo todo», está matando la alegría
verdadera de la vida. Porque el hombre necesita amistad, solidaridad con el
hermano, silencio, gozo interior, apertura al misterio de la vida, encuentro
con Dios.
Hay un mensaje no comercial que los creyentes debemos escuchar en
Navidad.
Una Palabra hecha carne en Belén. Un Dios hecho hombre.
En ese Dios hay vida, hay luz
verdadera. Ese Dios está en medio de nosotros. Lo podemos encontrar «lleno de
gracia y de verdad» en la persona, la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret.
José A. Pagola
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