Música para meditar

domingo, 23 de octubre de 2016

30º Domingo del Tiempo Ordinario

Año C

Evangelio de nuestro señor Jesucristo según san Lucas:
                                                                                                                                                                                                    Lc 18, 9-14

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
- Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Les digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
 Palabra del Señor



Dos actitudes...
El primero es el fariseo, fiel practicante de su religión; el segundo, es el publicano, quien por su oficio es despreciado por su pueblo. Dos contextos distintos.  Por eso, el primero “se siente seguro en el templo”; y, el segundo, “su presencia en el templo es mal vista”.
Ambos rezan a Dios. El primero, enumera a Dios todas las obras buenas que realiza. El segundo, reconoce sus miserias. Dos necesidades distintas. El fariseo necesita cumplir las normas y sentirse superior a los demás. El otro, el publicano, necesita reconocer su pecado.
El fariseo  no reconoce la grandeza de Dios ni confiesa su propia pequeñez. El publicano sabe que no puede vanagloriarse. Dos oraciones distintas. La primera oración, una oración atea: “no necesita a Dios, se basta a sí mismo”. La segunda es una oración donde hay autenticidad: “no tiene nada que ofrecer a Dios pero sí mucho que recibir de Él: su perdón y misericordia”

Los dos subieron al templo para rezar pero con dos actitudes distintas; cada uno expresa su modo de relacionarse con Dios. ¿Cuál es la nuestra?

Grupo misionero CSA rezando en Seclantás (Molinos-Salta)

domingo, 1 de mayo de 2016

6º Domingo de Pascua

AÑO C

Evangelio según San Juan (14,23-29)

Jesús le respondió:

"El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.

Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.

Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!  Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
01/05/2016
“¡No estamos solos: Jesús está cerca de nosotros, en medio de nosotros, dentro de nosotros! Su nueva presencia en la historia ocurre mediante el don del Espíritu Santo, por medio del cual es posible instaurar una relación viva con Él, el Crucificado Resucitado. El Espíritu, difundido en nosotros con los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, actúa en nuestra vida. Él nos guía en la forma de pensar, de actuar, de distinguir qué cosa es buena y qué cosa es mala; nos ayuda a practicar la caridad de Jesús, su donarse a los demás, especialmente a los más necesitados. Francisco (ReginaCoeli)


“En el evangelio de Juan podemos leer un conjunto de discursos en los que Jesús se va despidiendo de sus discípulos. Los comentaristas lo llaman "El Discurso de despedida". En él se respira una atmósfera muy especial: los discípulos tienen miedo a quedarse sin su Maestro; Jesús, por su parte, les insiste en que, a pesar de su partida, nunca sentirán su ausencia”. José Antonio Pagola.


domingo, 10 de enero de 2016

Bautismo del Señor

Lecturas Isaías 40, 1-5.9-11 Salmo 103 Tito 2, 11-14;3, 4-7
Lucas 3, 15-16. 21-22

En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
“Yo los bautizo con agua;
pero viene uno que es más poderoso que yo,
y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias;
Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”

Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:
“Tú eres mi Hijo querido,
mi predilecto”

1° Comentario

En este domingo después de la Epifanía celebramos el Bautismo de Jesús, y hacemos memoria grata de nuestro Bautismo. ¡Pensemos a qué dignidad nos eleva el Bautismo!... Tal estupenda realidad de ser hijos de Dios comporta la responsabilidad de seguir a Jesús y reproducir en nosotros mismos sus rasgos: mansedumbre, humildad, ternura. Y esto no es fácil… Pero con la fuerza que nos llega del Espíritu Santo es posible.

Papa Francisco , 10/01/2016, Angelus

Referencia

2° Comentario

Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está olvidando escuchar y mirar la vida con un poco de hondura y profundidad. Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida diaria. Pero lo triste es observar que, con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar calor y vida interior a las personas.

Los evangelistas presentan a Jesús como el que viene a “bautizar con Espíritu Santo, es decir, como alguien que puede limpiar nuestra existencia... Y, quizás, la primera tarea de la Iglesia actual sea, precisamente, la de ofrecer ese “Bautismo de Espíritu Santo” al hombre de hoy.

Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el hombre, en el mundo y en la vida.

José A. Pagola
Referencia

3° Comentario
“pero viene uno que es más poderoso que yo”.
Juan el Bautista nos recuerda nuestra misión. Nuestra misión es “allanar los caminos” para qué Jesús se encuentre con su pueblo. No nos equivoquemos de lugar. Sigamos purificando nuestras motivaciones como discípulos-misioneros. 
¡Padre nuestro, en este Domingo, te pedimos  humildad, humildad y humildad!

domingo, 3 de enero de 2016

2° Domingo de Navidad

Lecturas Eclesiástico 24, 1-2.8-12  Salmo 147  Éfeso 1, 3-6.15-18
Juan 1, 1-18

Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.

Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.

En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.

No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.

Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.

Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.

Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije:“El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”»

Pues de su plenitud todos hemos recibido,
gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás:
Dios Hijo único,
que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.

1° Comentario

La liturgia de hoy, segundo domingo después de Navidad, nos presenta el Prólogo del Evangelio de San Juan, en el que se proclama que “el Verbo – o sea la Palabra creadora de Dios – se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Esa Palabra, que reside en el cielo, es decir en la dimensión de Dios, ha venido a la tierra a fin de que nosotros la escucháramos y pudiéramos conocer y tocar con las manos el amor del Padre. El Verbo de Dios es su mismo Hijo Unigénito, hecho hombre, lleno de amor y de fidelidad (Cfr. Jn 1,14), es el mismo Jesús.

El Evangelista no esconde el carácter dramático de la Encarnación del Hijo de Dios, subrayando que al don de amor de Dios se contrapone la no acogida por parte de los hombres. La Palabra es la luz, y sin embargo los hombres han preferido las tinieblas; la Palabra vino entre los suyos, pero ellos no la han acogido (Cfr. vv. 9-10). Le han cerrado la puerta en la cara al Hijo de Dios. Es el misterio del mal que asecha también nuestra vida y que requiere por nuestra parte vigilancia y atención para que no prevalezca.

El Libro del Génesis dice una bella frase que nos hace comprender esto: dice que el mal está agazapado a la puerta” (Cfr. 4,7). Ay de nosotros si lo dejamos entrar; sería él entonces el que cerraría nuestra puerta a quien quiera. En cambio, estamos llamados a abrir de par en par la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para llegar a ser así sus hijos.

En el día de Navidad ya ha sido proclamado este solemne inicio del Evangelio de Juan; y hoy se nos propone una vez más. Es la invitación de la Santa Madre Iglesia la que acoge esta Palabra de salvación, este misterio de la luz.

Si lo acogemos, si acogemos a Jesús, creceremos en el conocimiento y en el amor del Señor y aprenderemos a ser misericordiosos como Él. Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos de modo que el Evangelio sea cada vez más carne en nuestra vida. Acercarse al Evangelio, meditarlo y encarnarlo en la vida cotidiana es la mejor manera para conocer a Jesús y llevarlo a los demás.

Ésta es la vocación y la alegría de todo bautizado: indicar y donar a los demás a Jesús; pero para hacer esto debemos conocerlo y tenerlo dentro de nosotros, como Señor de nuestra vida. Y Él nos defiende del mal, del diablo, que siempre está agazapado ante nuestra puerta, ante nuestro corazón, y quiere entrar.

Con un renovado impulso de abandono filial, nosotros nos encomendamos una vez más a María: precisamente en el pesebre contemplamos en estos días su dulce imagen de Madre de Jesús y Madre nuestra.

En este primer domingo del año renuevo a todos los deseos de paz y de bien en el Señor. ¡En los momentos alegres y en aquellos tristes, confiemos en Él, que es nuestra misericordia y nuestra esperanza! También recuerdo el compromiso que hemos asumido el primer día del año, Jornada de la Paz: “Vence la indiferencia y conquista la paz”; con la gracia de Dios, podremos ponerlo en práctica. Y recuerdo también ese consejo que muchas veces les he dado: todos los días leer un párrafo del Evangelio, un pasaje del Evangelio, para conocer mejor a Jesús, para abrir nuestro corazón a Jesús, y así podemos hacerlo conocer mejor a los demás. Llevar un pequeño Evangelio en el bolsillo, en la cartera: nos hace bien. No se olviden: cada día leamos un pasaje del Evangelio.
Papa Francisco , 03/01/2016, Angelus

Referencia

2° Comentario
Los creyentes tenemos múltiples y muy diversas imágenes de Dios. Desde niños nos vamos haciendo nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos escuchando a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en el colegio o lo que vivimos en las celebraciones y actos religiosos.

Todas estas imágenes que nos hacemos de Dios son imperfectas y deficientes, y hemos de purificarlas una y otra vez a lo largo de la vida. No lo hemos de olvidar nunca. El evangelio de Juan nos recuerda de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la tradición bíblica: «A Dios no lo ha visto nadie jamás».

Los teólogos hablamos mucho de Dios, casi siempre demasiado; parece que lo sabemos todo de él: en realidad, ningún teólogo ha visto a Dios. Lo mismo sucede con los predicadores y dirigentes religiosos; hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su interior no hay dudas de ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto a Dios.

Entonces, ¿cómo purificar nuestras imágenes para no desfigurar de manera grave su misterio santo? El mismo evangelio de Juan nos recuerda la convicción que sustenta toda la fe cristiana en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado a conocer». En ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos muestra su rostro como en Jesús.

Dios nos ha dicho cómo es encarnándose en Jesús. No se ha revelado en doctrinas y fórmulas teológicas sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento y su mensaje, en su entrega hasta la muerte y en su resurrección. Para aproximarnos a Dios hemos de acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro encuentro.

Siempre que el cristianismo ignora a Jesús o lo olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios verdadero y de sustituirlo por imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro y nos impiden colaborar en su proyecto de construir un mundo nuevo más liberado, justo y fraterno. Por eso es tan urgente recuperar la humanidad de Jesús.

No basta con confesar a Jesucristo de manera teórica o doctrinal. Todos necesitamos conocer a Jesús desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios, sintonizar con su proyecto, dejarnos animar por su Espíritu, entrar en su relación con el Padre, seguirlo de cerca día a día. Ésta es la tarea apasionante de una comunidad que vive hoy purificando su fe. Quien conoce y sigue a Jesús va disfrutando cada vez más de la bondad insondable de Dios.

El Dios escondido no es un Dios ausente. En el fondo de la vida, detrás de las cosas, en el interior de los acontecimientos, en el encuentro con las personas, en los dolores y gozos de la existencia, está siempre el amor de Dios sustentándolo todo. Nos lo recuerda san Juan de la Cruz: "el mirar de Dios es amar".

MENSAJE NO COMERCIAL

Las palabras que escuchamos en el evangelio de S. Juan tienen una resonancia especial para quien está atento a lo que sucede también hoy entre nosotros. "La Palabra era Dios... En la Palabra había vida... La Palabra era la luz verdadera... La Palabra vino el mundo... Y los suyos no la recibieron".

No es fácil escuchar esa Palabra que nos habla de amor, solidaridad y cercanía al necesitado, cuando vivimos bajo «la tiranía de la publicidad» que nos incita al disfrute irresponsable, al gasto superficial y a la satisfacción de todos los caprichos «porque usted se lo merece».

No es fácil escuchar el mensaje de la Navidad cuando queda distorsionado y manipulado por tanto «mensaje comercial» que nos invita a ahogar nuestra vida en la posesión y el bienestar material.

Lo importante es comprar. Comprar el último modelo de cualquier cosa que haya salido al mercado. Comprar más cosas, mejores y, sobre todo, más nuevas.

Pocos piensan hacia dónde nos lleva todo esto ni qué sentido tiene ni a costa de quién podemos consumir así.

Nadie quiere recordar que, mientras nuestros hijos se despiertan envueltos en mil sofistica dos juguetes, millones de niños del Tercer Mundo mueren de hambre cada día.

Nadie parece muy preocupado por este consumismo alocado que nos masifica, nos irresponsabiliza de la necesidad ajena y nos encierra en un individualismo egoísta.

Lo que importa es oler a la colonia más anunciada, leer el último «best-seller», regalar el disco número uno del «hit-parade».

Seguimos fielmente las consignas. Compramos marcas. Bebemos etiquetas. Satisfacemos «fantasías artificialmente estimuladas». Con la copa de champagne, nos bebemos la imagen de las jóvenes que lo beben en el anuncio.

Y poco a poco, nos vamos quedando sin vida interior. «La gente se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de TV, su equipo de cocina...». Y mientras tanto, crece la insatisfacción.

El hombre contemporáneo no sabe que, cuando uno se preocupa sólo de «vivir bien» y «tenerlo todo», está matando la alegría verdadera de la vida. Porque el hombre necesita amistad, solidaridad con el hermano, silencio, gozo interior, apertura al misterio de la vida, encuentro con Dios.

Hay un mensaje no comercial que los creyentes debemos escuchar en Navidad.
Una Palabra hecha carne en Belén. Un Dios hecho hombre.

En ese Dios hay vida, hay luz verdadera. Ese Dios está en medio de nosotros. Lo podemos encontrar «lleno de gracia y de verdad» en la persona, la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret.
José A. Pagola
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domingo, 7 de diciembre de 2014

2° Domingo de Adviento

Lecturas Isaías 40, 1-5.9-11  Salmo 84  2Pedro 3, 8-14
Marcos 1, 1-8
Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.
Como está escrito en el libro del profeta Isaías: "Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino. Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos", así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.

Frase
“[…] yo envío a mi mensajero”
Pregunta
¿De quién es el Mensaje que anunciamos en nuestras acciones pastorales?
¿Qué mensaje anunciamos en nuestros grupos pastorales?
Comentario
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Este domingo marca la segunda etapa de Adviento, un tiempo estupendo que despierta en nosotros la expectativa del regreso de Cristo y el recuerdo de su venida histórica. La liturgia de hoy nos presenta con un mensaje esperanzador. Es la invitación del Señor expresada por el profeta Isaías: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios" (40,1). Con estas palabras se abre el Libro de la Consolación, en el que el profeta se dirige al pueblo en el exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo de tribulación ha terminado; el pueblo de Israel pueden mirar al futuro con confianza al futuro: la espera por fin regresar a casa. Por esta invitación es dejar consolar por el Señor.

Isaías está dirigido a personas que pasaron por un período oscuro, que ha sufrido una prueba muy difícil; pero ahora ha llegado el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden hacer a la alegría, porque el Señor mismo conducir a su pueblo a la senda de la liberación y la salvación. ¿Cómo va todo esto? Con el cuidado y la ternura de un pastor que cuida su rebaño. Para él dará la unidad y la seguridad del rebaño, se pastar, se reúnen en su caja fuerte doblar las ovejas dispersas, prestar especial atención a los más frágiles y débiles (v. 11). Esta es la actitud de Dios hacia nosotros sus criaturas. De ahí que el profeta invita al oyente - incluyendo nosotros hoy - para difundir entre la gente este mensaje de esperanza: que el Señor nos consuela. Y dejar espacio para el consuelo que viene del Señor.

Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios, si no experimentamos la alegría de los primeros en ser consolado y amado por Él. Esto es especialmente el caso cuando escuchar su Palabra, el Evangelio, que tenemos que llevar en el bolsillo: no te olvides de esto! El Evangelio en el bolsillo o en el bolso, para leer de forma continua. Y esto nos da consuelo cuando permanecemos en la oración silenciosa a su presencia, cuando nos encontramos con él en la Eucaristía o el sacramento del perdón. Todo esto nos consuela.

Así que dejemos que la invitación de Isaías - "Consolad, consolad a mi pueblo" - resonar en nuestro corazón en este Adviento. Hoy necesitamos personas que son testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude los resignados, revive los desalentados, se enciende el fuego de la esperanza. Se enciende el fuego de la esperanza! Muchas situaciones requieren nuestro testimonio de consuelo. Ser persona alegre, consuela. Pienso en aquellos que están oprimidos por el sufrimiento, la injusticia y el abuso de poder; a los que son esclavos del dinero, el poder, el éxito, la mundanidad. Pobrecitos! Ellos consuelos amañados, no el verdadero consuelo del Señor! Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, lo que demuestra que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales. Él puede hacerlo! Y es de gran alcance!

El mensaje de Isaías, que resuena en este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre las heridas y un incentivo para prepararse diligentemente el camino del Señor. El profeta, de hecho, habla a nuestros corazones hoy para decirnos que Dios olvida nuestros pecados y nos consuela. Si nos confiamos a Él con corazón humilde y arrepentido, Él derribar los muros del mal, va a llenar los agujeros de nuestras omisiones, allanará los golpes de orgullo y vanidad, y allanará el camino de encuentro con él. Y es curioso, pero muchos a veces tenemos miedo de consuelo, consuelo. De hecho, nos sentimos más confiados en la tristeza y la desolación. ¿Sabes por qué? ¿Por qué la tristeza que siente casi protagonistas. En lugar de consolación en el Espíritu Santo es el protagonista! Y "el que nos consuela, es Él quien nos da el coraje para salir de nosotros mismos. Y "Él nos está llevando a la fuente de todo verdadero consuelo, que es el Padre. Y esta es la conversión. Por favor, tomemos consuelo en el Señor! Déjate llevar consuelo en el Señor!

La Virgen María es el "camino" que Dios mismo dispuesto a venir al mundo. Te encomendamos a la espera de la salvación y la paz para todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Papa Francisco , 07/12/2014, Angelus

Referencia

Comentario
Confesar nuestros pecados
«Comienza la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios». Este es el inicio solemne y gozoso del evangelio de Marcos. Pero, a continuación, de manera abrupta y sin advertencia alguna, comienza a hablar de la urgente conversión que necesita vivir todo el pueblo para acoger a su Mesías y Señor.
En el desierto aparece un profeta diferente. Viene a «preparar el camino del Señor». Este es su gran servicio a Jesús. Su llamada no se dirige solo a la conciencia individual de cada uno. Lo que busca Juan va más allá de la conversión moral de cada persona. Se trata de «preparar el camino del Señor», un camino concreto y bien definido, el camino que va a seguir Jesús defraudando las expectativas convencionales de muchos.
La reacción del pueblo es conmovedora. Según el evangelista, dejan Judea y Jerusalén y marchan al «desierto» para escuchar la voz que los llama. El desierto les recuerda su antigua fidelidad a Dios, su amigo y aliado, pero, sobre todo, es el mejor lugar para escuchar la llamada a la conversión.
Allí el pueblo toma conciencia de la situación en que viven; experimentan la necesidad de cambiar; reconocen sus pecados sin echarse las culpas unos a otros; sienten necesidad de salvación. Según Marcos, «confesaban sus pecados» y Juan «los bautizaba».
La conversión que necesita nuestro modo de vivir el cristianismo no se puede improvisar. Requiere un tiempo largo de recogimiento y trabajo interior. Pasarán años hasta que hagamos más verdad en la Iglesia y reconozcamos la conversión que necesitamos para acoger más fielmente a Jesucristo en el centro de nuestro cristianismo.
Esta puede ser hoy nuestra tentación. No ir al «desierto». Eludir la necesidad de conversión. No escuchar ninguna voz que nos invite a cambiar. Distraernos con cualquier cosa, para olvidar nuestros miedos y disimular nuestra falta de coraje para acoger la verdad de Jesucristo.
La imagen del pueblo judío «confesando sus pecados» es admirable. ¿No necesitamos los cristianos de hoy hacer un examen de conciencia colectivo, a todos los niveles, para reconocer nuestros errores y pecados? Sin este reconocimiento, ¿es posible «preparar el camino del Señor»?
José Antonio Pagola
Referencia



lunes, 15 de septiembre de 2014

Nuestra Señora de los Dolores

Lecturas Hebreos 5, 7-9  Salmo 30  
Juan 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:
“Mujer, aquí tienes a tu hijo”.
Luego dijo al discípulo:
“Aquí tienes a tu madre”.
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Comentario
[…]¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aún nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?
De los Sermones de san Bernardo, abad
Comentario
La Liturgia después de habernos mostrado la Cruz gloriosa, nos hace ver a la Madre humilde y mansa.
En la Carta a los hebreos, se subraya tres palabras fuertes… “aprendió, obedeció y padeció”…También la Madre… participa en este camino del Hijo: aprendió, sufrió y obedeció. Y se convierte en Madre.
El Evangelio nos muestra a María a los pies de la Cruz. Jesús dice a Juan: “He aquí tu madre”. María es ungida Madre.
Nosotros no somos huérfanos, tenemos Madres: la Madre María… y la Iglesia. La Iglesia es Madre…también…es ungida como Madre cuando recorre el mismo camino de Jesús y de María: el camino de la obediencia, el camino del sufrimiento; y cuando tiene esa actitud de aprender continuamente el camino del Señor.
Estas dos mujeres – María y la Iglesia –nos dan a Cristo, generan a Cristo en nosotros. Sin María, no habría existido Jesucristo; sin la Iglesia no podemos ir adelante.
Papa Francisco, 15/09/2014, Homilía en la casa Santa Marta

Referencia: Homilía completa


domingo, 14 de septiembre de 2014

La Exaltación de la Cruz

Lecturas Números 21, 4b-9  Salmo 77  Filipos 2,6-11
Juan 3, 13-17
Jesús dijo:
“Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,  para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.




Comentario
El 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿por qué “exaltar” la cruz?
Podemos responder […]nosotros no exaltamos las cruces, sino “la” Cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios. Y ésta es nuestra esperanza.
[…]Y cuando dirigimos la mirada a la Cruz donde Jesús ha sido clavado contemplamos el signo del amor, del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación
Papa Francisco, 14/09/2014, Angelus
Referencia

Comentario
Mirar con fe al crucificado
La fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible… para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar?
Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo.
No es el sufrimiento el que salva sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano… La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor.
En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños
y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos,
los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos
para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.
Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada.
José Antonio Pagola
Referencia


Frase
“[…]Dios amó tanto al mundo…”
Reflexión
¿Por qué dudo del amor de Dios?
Las lectura del día de hoy nos recuerdan que "Dios amó a la humanidad". Muchas veces, esas palabras no las hacemos propias; es decir, no leemos estas palabras de este modo:  "Dios me ama". Dudamos de ese amor.  Creemos que Dios ama la humanidad y hasta lo anunciamos; pero ¿a mí?
La cruz es el signo del amor de Dios por la humanidad. Esa cruz que colgamos en nuestros cuellos (o esos crucifijos que colocamos en nuestras casas) es el signo que nos recuerda a cada uno: "Dios nos ama". Cada vez que miremos una cruz, que ese signo nos recuerde el amor Dios por cada uno. No dudes en incluirte: somos amado por Dios; eso nos recuerda la cruz de Jesús. 
Cada vez que dudemos del amor de Dios, contempla la Cruz, la Cruz de Jesús, que nos recuerda: "Dios nos ama". Entonces ¿por qué andamos, por ahí, mendigando amor?