Comentario MT 28, 1-10
Volver a Galilea
Los
evangelios han recogido el recuerdo de tres mujeres
admirables que, al amanecer del sábado, se han acercado al
sepulcro donde ha sido enterrado Jesús. No lo pueden olvidar. Lo siguen
amando más que a nadie. Mientras tanto, los varones han huido y permanecen
tal vez escondidos. El mensaje, que escuchan al llegar, es de una importancia
excepcional. El evangelio más antiguo dice así: “¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado? No está aquí. Ha
resucitado”. Es un error
buscar a Jesús en el mundo de la muerte. Está vivo para siempre. Nunca lo
podremos encontrar donde la vida está muerta.
No lo
hemos de olvidar. Si queremos encontrar a Cristo resucitado, lleno de vida y
fuerza creadora, no lo hemos de buscar en una religión muerta, reducida al
cumplimiento externo de preceptos y ritos rutinarios, o en una fe
apagada, que se sostiene en tópicos y fórmulas gastadas, vacías de amor vivo
a Jesús.
Entonces,
¿dónde lo podemos encontrar? Las
mujeres reciben este encargo: “Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro:
Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. ¿Por qué hay que
volver a Galilea para ver al Resucitado? ¿Qué sentido profundo se
encierra en esta invitación? ¿Qué se nos está diciendo a los cristianos de
hoy?
En Galilea se escuchó, por vez primera
y en toda su pureza, la Buena Noticia de Dios y el proyecto humanizador del
Padre. Si no volvemos a
escucharlos hoy con corazón sencillo y abierto, nos alimentaremos de
doctrinas venerables, pero no conoceremos la alegría del Evangelio de Jesús,
capaz de “resucitar” nuestra fe.
A
orillas del lago de Galilea, empezó Jesús a llamar a sus primeros seguidores
para enseñarles a vivir con su estilo de vida, y a colaborar con él
en la gran tarea de hacer la vida más humana. Hoy Jesús
sigue llamando. Si no escuchamos su llamada y él no “va delante de nosotros”,
¿hacia dónde se dirigirá el cristianismo?
Por los
caminos de Galilea se fue gestando la primera comunidad de Jesús. Sus
seguidores viven junto a él una experiencia única. Su presencia lo llena
todo. Él es el centro. Con él aprenden a vivir acogiendo, perdonando, curando
la vida y despertando la confianza en el amor insondable de Dios. Si no ponemos, cuanto antes, a Jesús en el centro de
nuestras comunidades, nunca experimentaremos su presencia en medio de
nosotros.
Si
volvemos a Galilea, la “presencia invisible” de Jesús resucitado adquirirá
rasgos humanos al leer los relatos evangélicos, y su “presencia silenciosa”
recobrará voz concreta al escuchar sus palabras de aliento.
Autor:
José Antonio Pagola
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario