ORACIÓN DE LA MAÑANA
2 Samuel 5, 1-10
- Reconocer
La lectura nos nos narra dos escenas:
- La unción de David como rey
- La conquista de Jerusalén.
De estas dos escenas escenas quisiera rescatar la primera: la UNCIÓN.
Vinieron todas las tribus de Israel
donde David
en Hebrón
y le dijeron:
"Mira:
hueso tuyo, y carne tuya somos nosotros.
Ya antes
cuando Saúl era nuestro rey
eras tú el que dirigías
las entradas y salidas de Isarel
Yahveh te ha dicho:
Tú apacentarás a mi pueblo Israel
Tú serás el caudillo de Israel
Vinieron todos los ancianos de Israel
donde el rey
en Hebrón
El rey David hizo un pacto
con ellos
en Hebrón
en presencia de Yahveh
y ungieron a David
como rey de Israel.
De esta escena, quisiera rescatar la memoria del pueblo. Aquel pueblo que guarda en la memoria las Palabras de Dios: "Yahveh te ha dicho". Dichas palabras, que el pueblo memoriza, son reconocidas por el pueblo como PALABRA DE DIOS a David; y, por ende, PALABRA DE DIOS para el pueblo.
Pero no es un memoria que queda guarda, sino que es recordada. El pueblo, en esta escena, cumple el rol de testigo; es decir, le recuerda las palabras que Dios le ha dirigido.
De esta escena podemos rescatar la importancia de las mediaciones humanas entre la Palabra de Dios y nosotros. Y reconocer, que muchas veces estas nos recuerdan aquella Palabra que olvidamos.
- Masticar
Por eso, durante esta jornada quisiera rumiar estas palabras:
"Dios te ha dicho"
- Dejarse Interrogar
Así como David, reconozco que necesito que mi pueblo me recuerde la Palabra de Dios que me ha confiado.
"¿Cuáles son las Palabras que Dios me ha dirigido?".
- Comentario
Homilía del Papa Francisco
La Iglesia no se puede entender como una simple organización humana, la diferencia la hace la unción que dona a los obispos y sacerdotes la fuerza del Espíritu para servir al pueblo de Dios.
Sin
esta unción, David habría sido el jefe de una empresa, de una sociedad política,
que era el Reino de Israel, habría sido un simple organizador político. En
cambio, después de la unción, el Espíritu del Señor desciende sobre David y
permanece con él.
Esta
es precisamente la diferencia de la unción. El ungido es una persona elegida por el Señor. Así ocurre en la Iglesia con los obispos y los sacerdotes.
Los
obispos no solo son elegidos para llevar adelante a una organización, que se
llama Iglesia particular, son ungidos, tienen la unción y el Espíritu del Señor
está con ellos. Pero todos los obispos, todos somos pecadores, ¡todos! Pero
estamos ungidos. Todos
queremos ser más santos cada día, más fieles a esta unción. Y aquello que precisamente hace a la Iglesia, aquello que
da la unidad a la Iglesia, es la persona del obispo, en nombre de Jesucristo,
porque está ungido, no porque haya sido elegido por la mayoría. Sino porque
está ungido. Una
Iglesia particular tiene su fuerza en esta unción. Y por participación también los sacerdotes son ungidos.
La unción acerca a los obispos y a los sacerdotes al Señor y les da la alegría y
la fuerza para
llevar adelante a un pueblo, para ayudar a un pueblo, para vivir al servicio de
un pueblo”. Dona la alegría de sentirse elegidos por el Señor, mirados por el
Señor, con aquel amor con el que el Señor nos mira, a todos nosotros. Así, cuando
pensemos en los obispos y en los sacerdotes, debemos pensarlos así: ungidos:
De lo contrario no se entiende a la Iglesia, pero
no solamente no se entiende, no se puede explicar cómo la Iglesia vaya adelante
solamente con las fuerzas humanas.
Esta diócesis va adelante porque tiene un pueblo santo, tantas cosas, y también
un ungido que la conduce, que la ayuda a crecer. Esta parroquia va adelante
porque tiene tantas organizaciones, tantas cosas, pero también tiene un
sacerdote, un ungido que la lleva adelante. Y nosotros en la historia conocemos
una mínima parte, pero cuántos obispos santos, cuántos sacerdotes, cuántos
sacerdotes santos que han dejado su vida al servicio de la diócesis, de la
parroquia; cuánta gente ha recibido la fuerza de la fe, la fuerza del amor, la
esperanza de estos párrocos anónimos, que no conocemos. ¡Hay tantos!.
Hay
tantos, los párrocos del campo o los párrocos de ciudad, que con su unción han
dado fuerza al pueblo, han transmitido la doctrina, han dado los sacramentos, o
sea la santidad. ¡Pero, padre, he leído en el diario que un obispo ha hecho tal
cosa o que un sacerdote ha hecho tal cosa!’. ‘Si, también yo lo he leído, pero,
dime, ¿en
los diarios están las noticias de aquello que hacen tantos sacerdotes, tantos
curas en tantas parroquias de ciudad y del campo, la tanta caridad que hacen,
tanto trabajo que hacen para llevar adelante a su pueblo?’. ¡Ah, no! Esa no es noticia. Eh, lo de siempre: hace más
ruido un árbol que cae, que un bosque que crece. Hoy pensando en esta unción de
David, nos hará bien pensar en nuestros obispos y en nuestros sacerdotes
valientes, santos, buenos, fieles y rezar por ellos. ¡Gracias a ellos nosotros
hoy estamos aquí!
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