Una actitud más allá de la ley
Introducción
“No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he
venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Nudo
Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley,
antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El
que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a
hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En
cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de
los Cielos.
Desenlace
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de
los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”.
Comportamiento fraterno
Introducción
“Ustedes han oído que se dijo a los
antepasados: "No matarás", y el que mata, debe ser llevado ante el
tribunal.
Nudo
Pero yo les digo que todo aquel
que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo
aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo
maldice, merece la Gehena de fuego.
Desenlace
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas
de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el
altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar
tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario,
mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez,
y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí
hasta que hayas pagado el último centavo”.
Adulterio y divorcio
Introducción
“Ustedes han oído que se dijo:
"No cometerás adulterio".
Nudo
Pero yo les digo: El que mira a
una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Deselance
Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y
arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y
no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y
arrójala lejos de ti; es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y
no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
Introducción
También se dijo: "El que se
divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio".
Nudo
- Deselance
Pero yo les digo: El que se
divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer
adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete
adulterio.”
Sinceridad al hablar
Introducción
“Ustedes han oído también que se
dijo a los antepasados: ‘No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos
hechos al Señor’.
Nudo
Pero yo les digo que no juren de
ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra,
porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del
gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en
blanco o negro uno solo de tus cabellos.
Desenlace
Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que
sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.
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Comentario
Queridos
hermanos y hermanas buenos días:
El
Evangelio de este domingo forma parte todavía del llamado "Sermón de la
Montaña", la primera gran predicación de Jesús. Hoy el tema es la actitud de Jesús con respecto a la Ley judía. Él dice: " No piensen que vine para
abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento” (Mateo 5:17). Así que Jesús no quiere cancelar los mandamientos
que el Señor dio por medio de Moisés, sino que quiere llevarlos a su plenitud. E
inmediatamente después añade que este "cumplimiento" de la Ley requiere una justicia superior, una observancia más
auténtica. Y de hecho dice a sus discípulos: “Les aseguro que si
la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no
entrarán en el Reino de los Cielos " (Mt 05:20).
¿Pero qué significa este "pleno
cumplimiento" de la ley? ¿Y en qué consiste esta justicia superior? El mismo Jesús nos
responde con algunos ejemplos. Porque Jesús era un hombre práctico, hablaba
siempre con ejemplos para hacerse entender. Comienza desde el quinto
mandamiento del Decálogo: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: "No matarás"; pero yo les digo que todo aquel que se
enoja contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal". (vv.
21-22). Con esto, Jesús
nos recuerda que ¡también las palabras pueden matar, eh? Cuando se
dice que una persona tiene la lengua de serpiente, ¿qué quiere decir? Que sus
palabras matan. Por lo tanto, no sólo no se debe atentar contra la vida de
los demás, sino tampoco derramar sobre él el veneno de la ira y golpearlo con
la calumnia. Ni hablar mal de él porque llegamos a las habladurías: los
chismes también pueden matar, ¡porque matan la reputación de las personas!
¡Es muy feo chismorrear! Al principio puede incluso parecer incluso una cosa
agradable, incluso divertida, como si fuera un caramelo. Pero al final, nos
llena el corazón de amargura, nos envenena también a nosotros. Pero les digo
la verdad, ¿eh? Estoy convencido de que si cada uno de nosotros hiciera el
propósito de evitar los chismes, ¡con el tiempo se convertiría en un santo!
Éste es un hermoso camino. ¿Queremos llegar a ser santos, si o no? (Síiiiii),
¿Queremos vivir parloteando como de costumbre, si o no? (Noooo). Entonces
estamos de acuerdo: ¡basta con los chismes!
Jesús propone a los que siguen la perfección del
amor: un amor cuya única medida es no tener medida, ir más allá de todo
cálculo. El amor al
prójimo es una actitud tan fundamental que Jesús llega a afirmar que nuestra relación con Dios no puede ser sincera si
no queremos hacer la paz con el prójimo. Y dice así: “Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar,
te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda
ante el altar, y ve antes a reconciliarte con tu hermano”. (vv. 23-24). Por
esto estamos llamados a
reconciliarnos con nuestros hermanos antes de mostrar nuestra devoción al
Señor en la oración.
De todo esto queda claro
que Jesús no da importancia sólo a la observancia disciplinar y a la conducta
externa. Él va a la raíz de la Ley, centrándose especialmente en la
intención y por tanto en el corazón humano, donde se originan nuestras
acciones buenas o malas.
Para obtener un comportamiento bueno y honesto no son suficientes las normas
jurídicas, sino que son necesarias motivaciones profundas, expresión de una
sabiduría oculta, la Sabiduría de Dios, que se pueden recibir gracias al
Espíritu Santo. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a
la acción del Espíritu, que nos permite vivir el amor divino.
A la luz
de esta enseñanza, todos los mandamientos revelan su pleno significado como
una exigencia de amor, y todos se reúnen en el gran mandamiento: amar a Dios
con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo.
Autor:
Papa Francisco , 09/02/2014, Angelus
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Comentario
Los
judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según
la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que
habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios
verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.
También
para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y
comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está
buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No
basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es
necesario abrirnos al Padre y colaborar con él en hacer una vida más justa y
fraterna.
Por eso,
según Jesús, no basta cumplir la ley que ordena “No matarás”. Es
necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al
otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata, cumple la ley, pero si
no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que
busca construir con nosotros una vida más humana.
Según
algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un
lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez
son más frecuentes los insultos ofensivos proferidos solo para humillar,
despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o
la venganza.
Por otra
parte, las conversaciones están a menudo tejidas de
palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas.
Palabras dichas sin amor y sin respeto, que envenenan la convivencia y hacen
daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la
bajeza.
No es
este un hecho que se da solo en la convivencia social. Es también un grave
problema en la Iglesia actual. El Papa Francisco sufre al ver divisiones,
conflictos y enfrentamientos de “cristianos en guerra contra otros
cristianos”. Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido
la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: “No a la guerra entre
nosotros”.
Así
habla el Papa: “Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y
aún entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios,
calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias
ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable
caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos
comportamientos?”. El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que “todos
puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente
y cómo os acompañáis”.
Autor:
José Antonio Pagola
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Comentario
Hay dos frases que podemos citar y que vienen, más o menos, a decir
lo mismo. Ortega y Gasset dijo: “El río abre su cauce y el cauce esclaviza al
río”, y Winston Churchil, por su parte, sentenció: “Creamos nuestras estructuras, y después ellas
nos crean a nosotros”.
El que acabamos de leer, es un evangelio que nos presenta a un Jesús
legalista, aparentemente. Escuchar por boca de éste que no va a quedar nada
sin cumplirse, contrasta con la imagen que, tal vez, podemos tener de Dios.
Más aún, si hemos dicho que Cristo está siempre por encima de toda ley o
prescripción judaica. Y rápidamente pensamos en ejemplos como el de la
observancia del sábado, la cual al Nazareno parece no importarle mucho. Sin
embargo, hoy tenemos, en palabras de él mismo, al más cumplidor de lo que
está mandado: La ley y los profetas.
Escuchamos que Jesús dice que vino a “dar cumplimiento” a toda la
ley. Otras traducciones del evangelio de Mateo, del original griego, traducen
ese “dar cumplimiento” como “dar plenitud”.
Es más fiel al original esta segunda traducción. Dar plenitud nos presenta un
sentido más profundo del mensaje que hoy recibimos.
Si hablamos de ley, sabemos que esto hace al fuero externo de nuestro
ser. Si pensamos en las leyes civiles, a muchas de ellas le damos
cumplimiento, aunque no estemos convencidos de que deba ser así. Lo mismo nos
puede pasar con las normas y preceptos que la religión nos presenta. Podemos ser meros cumplidores, aunque no estemos
convencidos de ellas. Y
me atrevo a decir que en el tiempo de Jesús le pasaba parecido a la gente de
aquél momento. Por otro lado -y estoy seguro de que esto es muy común entre
nosotros- es posible que en algunos momentos creamos que habiendo cumplido
bien lo prescrito, estamos salvados. Además, el haber “hecho bien los deberes” nos da cierta tranquilidad de conciencia.
Entonces, si esto último es verdad, creo que estamos perdidos.
Hoy Jesús nos viene a decir que no basta con cumplir la ley. No es suficiente. Y es él mismo quien afirma que ha venido a darle
plenitud, lo cual no debemos confundir con dar vigencia. Es que darle plenitud es ir a lo más profundo de lo que
Dios quiere de nosotros.
De hecho, él mismo nos recuerda tres puntos bastante controvertidos: El
matar, el adulterio y la mentira.
Jesús sube la apuesta, porque no se conforma con el “matar el
cuerpo”, sino que va a algo más elevado y dice que el que se enoja o insulta
a un hermano merece condena. Es que Dios no quiere que nos matemos sin
matarnos. El mejor trato humano que damos a los demás, según el planteamiento
de Cristo, debe ser reflejo de llevar a plenitud el no matar. ¿Acaso hemos matado a alguien con el maltrato,
verbal o indiferente?
Después tenemos el adulterio, y vemos que hay algo más profundo que
dejar los cuerpos inmaculados. La fidelidad que Dios nos pide tiene que tener
su raíz en el
corazón. Y si hablamos de la verdad, nos plantea que no
juremos falsamente, y que seamos claros, transparentes, sin dobleces. Cuando es sí, es
sí, y cuando es no, entonces no. Esto creo que también tiene que ver con la
lealtad.
Con este planteamiento, podríamos hacernos algunas preguntas: ¿Por
qué rezo? ¿Por qué voy a misa? ¿Por qué me confieso? Esto no puede quedar
sujeto a las “normas de piedad”, a un precepto de la Iglesia. Mi opción y cumplimiento debe ir más allá de lo
que está mandado. Tal vez
aquí deberíamos encontrar la concordancia de nuestras vidas con lo que el
Hijo de Dios nos pide: Que nuestra justicia, nuestro cumplimiento, sea
superior al de los escribas y fariseos, para poder entrar en el Reino de los
Cielos. Entonces, si superamos la norma escrita, podemos hablar de plenitud.
Y por tanto entenderemos correctamente lo que san Agustín nos dijo: “Ama y
haz lo que quieras”.
De este modo, vemos que el salto es cualitativo. Las normas no pueden ser las que nos terminen
ordenando y limitando, hay que superarlas. No sea que al final terminemos convencidos de las palabras de Ortega
y Gasset, que dicen: “El río abre su cauce y el cauce esclaviza al río”. Y es
que los preceptos tienen que ayudarnos a profundizar en nuestro amor y opción
por Dios, y en la medida que lo hagan, más nos acercaremos al Señor y a lo
que él quiere de nosotros, que es priorizar, en nuestra existencia, la
verdad, el amor y la vida
Autor:
Eduardo Rodríguez
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