Música para meditar

domingo, 23 de febrero de 2014

VII Domingo

AÑO A. Domingo VII (Tiempo Ordinario)
Evangelio Mateo 5, 38-48
Venganza
Ustedes han oído que se dijo:
"Ojo por ojo y diente por diente".
Pero yo les digo que:
No hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado”.

Amor a los enemigos
Ustedes han oído que se dijo:
"Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”
Pero yo les digo:
Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.”

Comentario
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la segunda Lectura de este domingo, San Pablo afirma: “Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es suyo: ya sea Pablo, Apolo, Cefas (es decir, Pedro), el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es suyo; y ustedes, de Cristo y Cristo de Dios” (1 Cor 3,23). ¿Por qué dice esto el Apóstol? Porque el problema que el Apóstol se encuentra es el de las divisiones en la comunidad de Corinto, donde se habían formado grupos que se referían a los diversos predicadores considerándolos jefes; decían: “Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas…” (1, 12). San Pablo explica que este modo de pensar está equivocado, porque la comunidad no pertenece a los apóstoles, sino que son ellos los que pertenecen a la comunidad; pero la comunidad, toda entera, ¡pertenece a Cristo!
De esta pertenencia deriva que en las comunidades cristianas – diócesis, parroquias, asociaciones, movimientos – las diferencias no pueden contradecir el hecho de que todos, por el Bautismo, tenemos la misma dignidad: todos, en Jesucristo, somos hijos de Dios. Y ésta es nuestra dignidad: en Jesucristo somos hijos de Dios. Aquellos que han recibido un ministerio de guía, de predicación, de administrar los Sacramentos, no deben considerarse propietarios de poderes especiales, sino ponerse al servicio de la comunidad, ayudándola a recorrer con alegría el camino de la santidad.
Que el Señor nos dé la gracia de trabajar por la unidad de la Iglesia, de construir esta unidad, porque la unidad es más, más importante que los conflictos. La unidad de la Iglesia está en Cristo. Los conflictos son problemas que no siempre son “de Cristo”.
¡Cuánta necesidad de oración tiene un Obispo, un Cardenal, un Papa, para que pueda ayudar a seguir adelante al pueblo de Dios! Digo “ayudar”, es decir, servir al pueblo de Dios. Porque la vocación del Obispo, del Cardenal y del Papa es, justamente, ésta: ser servidor, servir en nombre de Cristo. Recen por nosotros para que todos seamos buenos servidores, buenos “servidores” no buenos “patrones”. Todos juntos, Obispos, presbíteros, personas consagradas y fieles laicos debemos ofrecer el testimonio de una Iglesia fiel a Cristo, animada por el deseo de servir a los hermanos y dispuesta a salir al encuentro con coraje profético de las expectativas y exigencias espirituales de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. Que la Virgen nos acompañe y nos proteja en este camino.
¡A todos les deseo un feliz domingo y buen almuerzo! ¡Hasta pronto!
Autor:
Papa Francisco , 23/02/2014, Angelus
Referencia
Comentario
La llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos acogían con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara de amar a los enemigos.
Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima general de odio que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta su llamada: “Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian”.
Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a personas llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está pidiendo que alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el odio y la sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.
Autor:
José Antonio Pagola
Referencia
Comentario
El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más profundo de su personalidad. Nadie puede ser totalmente conocedor de la esencia de otro ser humano si no le ama. Por el acto espiritual del amor se es capaz de ver los trazos y rasgos esenciales en la persona amada; y lo que es más, ver también sus potencias: lo que todavía no se ha revelado, lo que ha de mostrarse. Todavía más, mediante su amor, la persona que ama posibilita al amado a que manifieste sus potencias. Al hacerle consciente de lo que puede ser y de lo que puede llegar a ser, logra que esas potencias se conviertan en realidad.”. Este es un fragmento de “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Frankl. Ciertamente, en principio, parece estar en una dimensión distinta al planteo del Evangelio, pero creo que nos sirve para indagar sobre lo que Jesús nos quiere decir hoy.
Bien podríamos decir que las palabras del Hijo de Dios se encuentran situadas en la utopía. ¿Quién de nosotros puede afirmar que hace exacta realidad aquél mensaje? Amar a los enemigos, poner la otra mejilla, entregar más de lo que entendemos que es justo. Todos temas controvertidos a la hora de vivirlos en carne propia. Y por supuesto que afirmamos que estamos más allá del ojo por ojo. Es más, incluso tal vez llegamos a rezar (cuestión bastante difícil) por aquél que nos hace daño, pero llegar al punto de amarlo, eso sí que es para unos pocos, por no decir que prácticamente es asunto que sólo Dios puede hacer.
Sin embargo, creo que Cristo nos hace este planteamiento porque está convencido de que es posible. Él conoce, de primera mano, nuestra naturaleza, por tanto sabe que todo lo que propone no está tan lejos de nuestra posible realidad. Él quiere que superemos la ley que se había marcado, especialmente plasmada en el “ojo por ojo y diente por diente”. Y hoy nos lo sigue pidiendo. Y nosotros podremos argumentar que estamos más allá de ese planteamiento, que no somos tan bárbaros y que, mínimamente, con el avance de la justicia y la legislación, e incluso con la evolución del pensamiento, estamos mucho mejor que esa norma un tanto primitiva. Pero la realidad es que al final seguimos en el mismo punto.
Hoy, salvando las distancias, la justicia sigue en aquél mismo esquema. No hablamos de dientes ni de ojos, sino de indemnización por los daños ocasionados. Calculamos cuánto vale el mal o el daño que recibimos. Estamos en el mismo esquema. No digo que nuestra justicia no busque lo mejor para nuestra sociedad, pero llega hasta ahí. No avanza más. Y lo que Jesús propone es de otra dimensión de otro planeta, típico del Reino de Dios. No sólo busca equilibrar lo que parece injusto, sino que quiere transformar la realidad.
No debemos eliminar la injusticia con violencia. Eso nos pide Jesús. Claro que hay que luchar contra la injusticia. ¿Acaso no nos dice que hay que cuidar a la viuda y al desamparado? ¿Acaso no defiende a la mujer que va a ser apedreada? Y eso que aquella condena parecía “justa”. No era una calumnia. Ella era una adúltera. Sin embargo Jesús evita la violencia y busca el perdón. Y ahí está la clave, porque la vida de aquella mujer, y la de sus jueces de turno, cambió después de aquél episodio y encuentro con las palabras y el amor del Hijo de Dios.
La propuesta de Cristo, al fin y al cabo, es un invitación a encarnar el modo de ser de Dios. Y eso significa amar, pero amar más allá del instinto y el sentimiento. Estos surgen sin buscarlo. Él quiere más que un equilibrio justo. Y ahí es donde vuelvo a citar a Victor Frankl que, unido a lo que Jesús nos propone, cobra un sentido muy profundo. Cristo nos está diciendo que el camino para conocer la esencia de otra persona, no es otro que no sea a través del amor. Esto hace que seamos capaces de ver más allá de lo evidente. Que comprendamos, que aceptemos, que ayudemos, para que el otro sea mejor, para que saque a la luz su potencial, lo bueno que hay en ese que, en principio, parece nuestro enemigo. Y esto no surge espontáneamente, tiene que confluir nuestra voluntad.
Y quiere que seamos capaces de amar a los enemigos porque eso supone una trascendencia, una superación en el amor. Que no nos quedemos en el mero sentimiento que surge de modo espontáneo hacia los que son de los nuestros. De este modo, los extraños, los extranjeros, lo que no están en mi círculo, dejan de estar tan lejos. Hay más unidad, menos fronteras. Así ayudaremos, y nos ayudarán, a sacar lo mejor que hay en nosotros. Es que no podemos perder de vista que tal vez nos toca ser “enemigos” para otros. Pero si ellos nos aman, entonces se nos abre la posibilidad de sacar a la luz el potencial que somos y tenemos. El amor engendra más y mucho mejor vida. El odio, la venganza, los ajustes de cuenta, sólo generan la muerte del otro, aunque no haya sangre derramada.
Dios es un Dios de vivos, no de muertos y quiere que ayudemos a vivir. Y esto sólo es posible a través del amor. Se va a notar que somos hijos de tal Padre, de Dios, si reflejamos lo que él es: Amor.
Autor:
Eduardo Rodríguez
Referencia
Ruminatio
1 Lectura
Lev 19, 1-2. 17-18
“No odiarás a tu hermano en el corazón”
Salmo
102
“Como un padre cariñoso”.
2 Lectura
1Cor 3, 16-23
“[…]el Espíritu Santo habita en ustedes…”.
Evangelio
Mt 5, 38-48
Rueguen por sus perseguidores


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