AÑO A. Domingo
VII (Tiempo Ordinario)
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Evangelio
Mateo 5, 38-48
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Venganza
Ustedes han oído
que se dijo:
"Ojo
por ojo y diente por diente".
Pero yo les digo que:
“No hagan
frente al que les hace mal: al
contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale
también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica,
déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina
dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere
pedirte algo prestado”.
Amor a los enemigos
Ustedes han oído
que se dijo:
"Amarás
a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”
Pero yo les digo:
“Amen a sus
enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán
hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos
y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman
solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los
publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de
extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos
como es perfecto el Padre que está en el cielo.”
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Comentario
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la
segunda Lectura de este domingo, San Pablo afirma: “Así que, no se gloríe
nadie en los hombres, pues todo es suyo: ya sea Pablo, Apolo, Cefas (es
decir, Pedro), el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es
suyo; y ustedes, de Cristo y Cristo de Dios” (1 Cor 3,23). ¿Por
qué dice esto el Apóstol? Porque el problema que el Apóstol se encuentra es
el de las divisiones en la comunidad de Corinto, donde se habían formado
grupos que se referían a los diversos predicadores considerándolos jefes;
decían: “Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas…” (1, 12). San Pablo
explica que este modo de pensar está equivocado, porque la comunidad no pertenece a los apóstoles, sino
que son ellos los que pertenecen a la comunidad; pero la comunidad, toda
entera, ¡pertenece a Cristo!
De esta
pertenencia deriva que en las comunidades cristianas – diócesis, parroquias,
asociaciones, movimientos – las diferencias no pueden contradecir el hecho de
que todos, por el Bautismo, tenemos la misma dignidad: todos, en Jesucristo,
somos hijos de Dios. Y ésta es nuestra dignidad: en Jesucristo somos hijos de
Dios. Aquellos que han recibido
un ministerio de guía, de predicación, de administrar los Sacramentos, no
deben considerarse propietarios de poderes especiales, sino ponerse al
servicio de la comunidad, ayudándola a recorrer con alegría el camino de la
santidad.
Que el Señor nos dé la gracia de trabajar por la unidad de la Iglesia, de construir esta unidad, porque la
unidad es más, más importante que los conflictos. La unidad de la Iglesia
está en Cristo. Los
conflictos son problemas que no siempre son “de Cristo”.
¡Cuánta
necesidad de oración tiene un Obispo, un Cardenal, un Papa, para que pueda
ayudar a seguir adelante al pueblo de Dios! Digo “ayudar”, es decir, servir
al pueblo de Dios. Porque la vocación del
Obispo, del Cardenal y del Papa es, justamente, ésta: ser servidor, servir en
nombre de Cristo. Recen por nosotros para que todos seamos buenos servidores,
buenos “servidores” no buenos “patrones”. Todos juntos, Obispos, presbíteros, personas consagradas y fieles
laicos debemos ofrecer el testimonio de una Iglesia fiel a Cristo, animada
por el deseo de servir a los hermanos y dispuesta a salir al encuentro con
coraje profético de las expectativas y exigencias espirituales de los hombres
y de las mujeres de nuestro tiempo. Que la Virgen nos acompañe y nos proteja
en este camino.
¡A todos
les deseo un feliz domingo y buen almuerzo! ¡Hasta pronto!
Autor:
Papa Francisco , 23/02/2014, Angelus
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Referencia
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Comentario
La llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos acogían con agrado
la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor síntesis de la
Ley. Pero lo que
no podían imaginar es que un día les hablara de amar a los enemigos.
Sin
embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica,
distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la oración de su
pueblo, enfrentándose al clima general de odio que se respiraba en su
entorno, proclamó con
claridad absoluta su llamada: “Yo, en cambio, os digo: Amad a
vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que
os calumnian”.
Su lenguaje es
escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a
sus enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar incondicionalmente a
todos. Quien se
sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de
nadie.
El amor
al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a personas
llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la
historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo
el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a
Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.
Cuando
Jesús habla del amor al enemigo, no está pidiendo que alimentemos en nosotros
sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El
enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente
pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.
Amar al
enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear
hacerle daño. No hemos de
extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos
heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el
odio y la sed de venganza.
Pero no
se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta estar
incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado.
No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.
El
perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona
se le puede hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse del
rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde
fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando
no somos capaces de perdonar.
Autor:
José Antonio Pagola
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Referencia
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Comentario
El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en
lo más profundo de su personalidad. Nadie
puede ser totalmente conocedor de la esencia de otro ser humano si no le ama.
Por el acto espiritual del amor se es capaz de ver los trazos y rasgos
esenciales en la persona amada; y lo que es más, ver también sus potencias:
lo que todavía no se ha revelado, lo que ha de mostrarse. Todavía más,
mediante su amor, la persona que ama posibilita al amado a que manifieste sus
potencias. Al hacerle consciente de lo que puede ser y de lo que puede llegar
a ser, logra que esas potencias se conviertan en realidad.”. Este es un
fragmento de “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Frankl. Ciertamente,
en principio, parece estar en una dimensión distinta al planteo del
Evangelio, pero creo que nos sirve para indagar sobre lo que Jesús nos quiere
decir hoy.
Bien podríamos decir que las palabras del Hijo de Dios se encuentran
situadas en la utopía. ¿Quién de nosotros puede afirmar que hace exacta
realidad aquél mensaje? Amar a los enemigos, poner la otra mejilla, entregar
más de lo que entendemos que es justo. Todos temas controvertidos a la hora
de vivirlos en carne propia. Y por supuesto que afirmamos que estamos más
allá del ojo por ojo. Es más, incluso tal vez llegamos a rezar (cuestión
bastante difícil) por aquél que nos hace daño, pero llegar al punto de
amarlo, eso sí que es para unos pocos, por no decir que prácticamente es
asunto que sólo Dios puede hacer.
Sin embargo, creo que Cristo
nos hace este planteamiento porque está convencido de que es posible.
Él conoce, de primera mano, nuestra naturaleza, por tanto sabe que todo lo
que propone no está tan lejos de nuestra posible realidad. Él quiere que
superemos la ley que se había marcado, especialmente plasmada en el “ojo por ojo y diente por
diente”. Y hoy nos lo sigue pidiendo. Y nosotros podremos
argumentar que estamos más allá de ese planteamiento, que no somos tan
bárbaros y que, mínimamente, con el avance de la justicia y la legislación, e
incluso con la evolución del pensamiento, estamos mucho mejor que esa norma
un tanto primitiva. Pero la realidad es que al final seguimos en el mismo punto.
Hoy, salvando las distancias, la justicia sigue en aquél mismo
esquema. No hablamos de dientes ni de ojos, sino de indemnización por los
daños ocasionados. Calculamos cuánto vale el mal o el daño que recibimos.
Estamos en el mismo esquema. No digo que nuestra justicia no busque lo mejor
para nuestra sociedad, pero llega hasta ahí. No avanza más. Y lo que Jesús propone es de otra dimensión de otro planeta, típico del Reino de
Dios. No sólo busca equilibrar lo que parece injusto, sino que quiere transformar la realidad.
No debemos eliminar la injusticia con violencia. Eso nos pide Jesús.
Claro que hay que luchar contra la injusticia. ¿Acaso no nos dice que hay que
cuidar a la viuda y al desamparado? ¿Acaso no defiende a la mujer que va a
ser apedreada? Y eso que aquella condena parecía “justa”. No era una
calumnia. Ella era una adúltera. Sin embargo Jesús evita la violencia y busca el perdón. Y ahí está la clave, porque la vida de
aquella mujer, y la de sus jueces de turno, cambió después de aquél episodio
y encuentro con las palabras y el amor del Hijo de Dios.
La propuesta de Cristo, al fin y al cabo, es un invitación a encarnar
el modo de ser de Dios. Y eso significa amar, pero amar más allá del instinto
y el sentimiento. Estos surgen sin buscarlo. Él quiere más que un equilibrio
justo. Y ahí es donde vuelvo a citar a Victor Frankl que, unido a lo que
Jesús nos propone, cobra un sentido muy profundo. Cristo nos está diciendo que el camino para conocer la esencia de
otra persona, no es otro que no sea a través del amor. Esto hace que seamos capaces de ver más
allá de lo evidente. Que comprendamos, que aceptemos, que ayudemos, para que
el otro sea mejor, para que saque a la luz su potencial, lo bueno que hay en
ese que, en principio, parece nuestro enemigo. Y esto no surge
espontáneamente, tiene que confluir nuestra voluntad.
Y quiere que seamos capaces de amar a los enemigos porque eso supone
una trascendencia, una superación en el amor. Que no nos quedemos en el mero
sentimiento que surge de modo espontáneo hacia los que son de los nuestros.
De este modo, los extraños, los extranjeros, lo que no están en mi círculo,
dejan de estar tan lejos. Hay más unidad, menos fronteras. Así ayudaremos, y
nos ayudarán, a sacar lo mejor que hay en nosotros. Es que no podemos perder
de vista que tal vez nos toca ser “enemigos” para otros. Pero si ellos nos
aman, entonces se nos abre la posibilidad de sacar a la luz el potencial que
somos y tenemos. El
amor engendra más y mucho mejor vida. El odio, la venganza, los ajustes de
cuenta, sólo generan la muerte del otro, aunque no haya sangre derramada.
Dios es un Dios de vivos,
no de muertos y quiere que ayudemos a vivir. Y esto sólo es posible a través
del amor. Se va a notar que somos hijos de tal Padre, de Dios, si reflejamos
lo que él es: Amor.
Autor:
Eduardo Rodríguez
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Referencia
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Ruminatio
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1 Lectura
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Lev 19, 1-2. 17-18
|
“No odiarás a tu hermano en el corazón”
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Salmo
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102
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“Como un padre cariñoso”.
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2 Lectura
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1Cor 3, 16-23
|
“[…]el Espíritu Santo habita en ustedes…”.
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Evangelio
|
Mt 5, 38-48
|
“Rueguen por sus perseguidores”
|
Música para meditar
domingo, 23 de febrero de 2014
VII Domingo
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